Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando
-Paulho Coelho-

viernes, 2 de septiembre de 2011

γέρων

Hoy está lloviendo. No me desagradan estos días, aunque no podría soportar más de tres días con nubarrones, lluvias y oscuridad. Me gusta que llueva, me gustan los días nublados, pero con moderación. Yo no podría vivir en Inglaterra más de una semana.
El sol es un buen amigo, siempre me han gustado los día soleados, y ahora que tengo una bicicleta, me gustan más. Pero el caso es que, hoy está lloviendo. Y cuando llueve la inspiración viene a mí de una manera u otra. Todas las escenas cotidianas, me inspiran. Sin embargo, los días nublados, traen otras escenas aún más curiosas, divertidas, e inspiradoras. Siempre habrá alguien a quién, la lluvia, lo ha cogido por sorpresa y espera dentro de un portal, a que escampe. Pero, ¿qué piensa esa persona mientras espera? Esta imagen hace que mi mente se despierte e imagine que está pensando, y a raíz de eso, se me ocurre una historia. 
Aunque es en estos días, cuando me da por pensar y reflexionar. Será la lluvia, será lo oscuro del día... Pero me invita a pensar y plantearme diversas cosas. 
Llevo varios días asistiendo a rehabilitación, un proceso bastante cansino y algo doloroso, pero soportable. El caso es que he conocido a una persona muy interesante. Es un adorable anciano, algo delgado, de ojos claros, con un tono de piel pálido, bigote y pelo muy blanco. Va en silla de ruedas, y, a veces, camina con un andador. 
Desde que estoy en rehabilitación, me ha llamado mucho la atención, y me cae muy bien. 
El caso es, que este señor, tiene la friolera de ¡noventa y nueve años! está apunto de cumplir los cien. 
Todos los días, una ambulancia lo recoge y lo trae al centro para realizar la rehabilitación. Lo ayudan a bajar del coche, lo llevan a la sala empujando su silla de ruedas, y lo dejan allí hasta que la fisioterapeuta lo recoja y lo ayude con los ejercicios. Cuando llega, lo primero que dice, con una gran sonrisa y su voz temblona, es:
-¡Buenos días a todos y a todas! 
La gente le suele responder con otra sonrisa. Pero hay quien le pregunta lo siguiente:
-¿Cómo estad usted hoy, Antonio? 
-¡Mucho mejor! Gracias, muchas gracias por preguntar, de verdad -y vuelve a sonreír. 
No se pueden imaginar cuanta gratitud hay en sus palabras, cuando alguien le pregunta por su estado de salud. 
Una vez en la rehabilitación, comienza a hacer los ejercicios. Muchas veces, se los inventa y la fisioterapeuta viene a decirle que eso no se lo ha ensañado ella, y él contesta:
-¿Esto no lo hago? Entonces ¿me lo he inventado yo? Puede ser, puede ser -y sigue sonriendo.
Tras realizar los ejercicios, comienza a hablar, y contarte una serie de cosas.: Cuando él era joven, cuando él trabajaba, su mujer... Habla un poco de todo.
Por lo general, la gente lo escucha, pero creo y sé, que piensan que está perdiendo la cabeza. 
Realizo un pequeño inciso. A mí, la compañía de un anciano o anciana, no me desagrada, y si me cuenta cosas de su infancia, juventud... Mejor. Me gusta escuchar lo que cuentan las personas mayores, pienso, que se aprende mucho de ellos, y que tienen muchas cosas que decir. Pero, hoy en día, no se respeta a estas personas. ¿Cuesta tanto dedicarle unos minutos a nuestros mayores? No se pueden imaginar, lo feliz que es una persona mayor, cuando un joven la escucha, atiende, y presta atención. No se pueden imaginar, lo feliz que es este señor, cuando ve, que una persona de mi edad, lo escucha atentamente.
En los tiempos clásicos, se valoraba mucho la sabiduría de los mayores. Sin ir más lejos, el Senado romano, estaba formado en su mayoría de personas mayores. El Senatus, en latín, significa: consejo de ancianos, es decir, el senado. Su raíz etimológica provine de la palabra Senex senis, anciano o viejo.
¿Y por qué los romanos ponían en manos de unos viejos, una de las instituciones más importantes del gobierno? Precisamente, porque consideraban que eran los más capacitados, los más sabios, los que más habían vivido y los que más experiencia en la vida podían tener para guiar al pueblo romano. 
Hoy en día, cuando una persona es muy mayor y te habla de su vida, es muy pesado, o está perdiendo la cabeza. Las personas mayores son el tesoro de la historia, han vivido otras épocas, otros tiempos, otras circunstancias... Las personas mayores son la fiel representación de la sabiduría. A mí me encantaba que mis abuelos me contaran cosas, siempre estaba dispuesta a escuchar y preguntar. Deberíamos preguntarnos, de vez en cuando, qué sienten nuestros mayores cuando no se les escucha, y cuándo se pasa por alto sus enseñanzas. No están repitiendo por repetir, nos están enseñando, nos guían para que no cometamos los mismos errores, que ellos pudieron cometer en otro tiempo. Nos enseñan a valorar lo que tenemos, para que no se nos olvide, que ellos no pudieron tenerlo. Mi abuelo me repetía una y otra vez que estudiara, que hiciera algo en esta vida, que aprovechara todo lo que pudiera y me formara para labrarme un buen futuro, el futuro que yo más ansiara tener. A él le hubiera encantado estudiar, pero no pudo. Veo a tantas personas olvidando a sus mayores, y me miro deseosa de haber podido tener a mis abuelos cerca de mí... Ojalá pudiera contarle a mi abuelo todo lo que pretendo hacer en un futuro y el camino que estoy tomando en el presente.
En este caso, y como en muchos otros, deberíamos aprender de nuestros antepasado clásico, y valorar más a las personas mayores, cuidarlos y escucharlos, para no perder a la voz de la historia y la sabiduría. Pero sobre todo no olvidemos, que ellos nos dieron la vida, de una forma u otra.


Mienten los que nos dicen que la vida
Es la copa dorada y engañosa
Que si de dulce néctar se rebosa
Ponzoña de dolor guarda escondida.



Que es en la juventud senda florida
Y en la vejez, pendiente que escabrosa
Va recorriendo el alma congojosa,
Sin fe, sin esperanza y desvalida.



¡Mienten! Si a la virtud sus homenajes
el corazón rindió con sus querellas
no contesta del tiempo a los ultrajes;



que tiene la vejez horas tan bellas
como tiene la tarde sus celajes,
como tiene la noche sus estrellas.



Vicente Riva Palacio (1832-1896)



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