Cuando oyó lo que ella tuvo que decirle huyó... corrió todo lo lejos que pudo, haciendo que su universo se volviera efímero, pequeño. Se dirigió a la playa, sabía que existía realmente, que la había visto con sus propios ojos. No era un producto de su mente, era real, más real de lo que nadie pudiera imaginarse, sintió su canto la noche de luna llena, y la vio con tal claridad que hasta sus propias manos le parecían una quimera. Subió a lo alto del faro, donde la vio por ver primera. Esperaba a un espectro de la noche, mientras lo juzgaban y lo llamaban loco. De repente surgió con las olas del mar, alta, esbelta, bella, hermosa... surgió como el susurro del viento al atardecer, como los primeros rayos del crepúsculo, como una bocanada de aire en un cuerpo casi inerte... y allí se quedó prendado de su canto, intentando retener aquel segundo en el que la luna y el sol se unían en el silencio de la noche. Su voz penetró una vez más en su corazón, porque, a pesar de ser una imagen fabulosa la amaba, se había enamorado de ella, de un reflejo, de una visión marina. Saltó al vació, intentado atraparla haciéndose parte del abrazo de las olas, pues, ¿quien se resistiría al canto de una sirena?...
No hay comentarios:
Publicar un comentario