Desde tiempos inmemoriales el ser humano se ha valido de la música y la expresión rítmica para manifestar sus sentimientos. Todas esas emociones que nos abordan cada vez que escuchamos música, no son más que la herencia de la concepción de la misma que tenían nuestros antepasados, de la importancia simbólica que tenía para ellos, y del gran peso que supuso para la historia de la cultura.
El nacimiento de la música estuvo ligado a los orígenes del ser humano que poseía la capacidad de ordenar los sonidos y darles sentido rítmico. Podría decirse que el lenguaje musical es mucho más antiguo que el lenguaje oral tal y como lo concebimos hoy, pues los primeros sonidos que fueron capaces de emitir los homínidos fueron imitaciones de los cantos de los pájaros, el murmullo del agua o incluso el ulular del viento. La necesidad de comunicación promovió que ellos experimentaran con su propia voz. Sería el Homo sapiens el que perfilaría las primeras expresiones musicales, ya era capaz de imitar cualquier sonido de la naturaleza y diferenciarlos de los que constituían la estructura de su lenguaje. ¿Qué podría hacer que el ser humano vinculara la música a la expresión de los sentimientos? Hoy en día, no nos supone ningún tipo de problema dar explicación a las puestas de sol, sin embargo, que el gran astro que iluminaba los territorios y los protegiera de los peligros se esfumara y diera paso a la oscuridad, era algo que a nuestros antepasados los angustiaba muchísimo, parece que el miedo a la oscuridad nos persigue desde el principio de los tiempos. Lejos de sentirse desprotegido, el hábil Homo sapiens recurrió a toda clase de rituales y cultos en comunidad para alejar sus temores, y ahí fue cuando la música quedó ligada al ser humano para siempre. Los sonidos, los cantos, formaban parte de estos ritos, la música con su melodía dulce, apacible o sombría ayudaban a que estas primeras manifestaciones "religiosas" cobraran una importancia vital para ellos. La música dejaba de ser una mera imitación de sonidos, una actividad individual para convertirse en una manifestación colectiva, lo que en Historia de la música se conocería posteriormente como Homo musicus, aquel cuyas aptitudes para elaborar fórmulas sonoras revelaban un proceso de creación de la conciencia individual, era capaz hasta de crear sus propios instrumentos.
La civilización griega jugaría un papel fundamental en la evolución de la música, que ya no solo se usaba para rituales y hechos bélicos, sino que aparecía como arte, de manera muy similar a como la entendemos hoy. Quizá para comprender esto algo mejor, convendría ahondar en la etimología de la palabra música. La μουσική no solo significó para los griegos el arte de los sonidos, sino toda expresión artística que tuviera como fin el logro de la belleza. Es por eso que esta palabra está formada por μοῦσαι (que significa musas, diosas inspiradoras de las artes y las ciencias) y el sufijo ικóς (relativo a) Con lo cual la música es lo relativo a las musas. El lenguaje musical cumplía un papel tan importante para los griegos que vemos como la poesía y el teatro de la época se valían de pequeñas composiciones musicales para llevar a cabo la interpretación. Así lo vemos en los grandes dramaturgos como Eurípides y Sófocles.
Es decir, ya la música no solo servía para alejar los temores existenciales que rodeaban al ser humano, sino que pasaba a ser una fuente de expresión de sentimientos, un hervidero de emociones mediante los cuales los primeros poetas narraban las aventuras amorosas de Zeus, la tristeza de Orfeo cuando perdió a Euridice o incluso la ira de Aquiles cuando aniquiló Troya.
Aquí es donde entramos en el punto culminante, en la verdadera intención que tiene esta entrada. Toda esta pequeña historia de la música ha sido la introducción que me va a llevar a hablar sobre Pitágoras, el gran filósofo griego que supuso una gran revolución en el mundo de las matemáticas, la geometría y, sobre todo, de la música.
Que hayamos unido la música a la expresión de los sentimientos y los temores desde antaño, no es algo que yo haya descubierto al llevar a cabo esta pequeña investigación para mi trabajo de la facultad, Pitágoras, también lo descubrió y quiso explicar de dónde venía esa poderosa atracción que sentíamos por los sonidos. De tal forma que acuñó una teoría que sería conocida como: La Armonía de las Esferas. Era una explicación para definir el Cosmos como una serie de esferas perfectas que describían órbitas circulares. Pitágoras sostenía que los siete planetas, al describir sus órbitas, emitían unos sonidos cuya combinación producía una maravillosa melodía permanente. La música cósmica se produce porque los cuerpos celestes, al ser de tamaños tan grandes y moverse a velocidades gigantescas, emitían un conjunto de sonidos de la misma manera que los cuerpos terrenales producen vibraciones cuando se mueven en el aire, como por ejemplo las velas de los barcos cuando suenan con la brisa. Así, la música del ser humano no es más que un eco de la música de las esferas (algo parecido a la proyección de las Ideas en el mundo terrenal que nos explicaba Platón), pero el instinto innato que hace que el alma del hombre resuene con la música, le proporciona un indicio de la naturaleza de las armonías matemáticas que se hayan en el Cosmos. La vida en la Tierra se ve afectada por la Música de las Esferas porque esta gobierna los ciclos temporales de las estaciones, los ciclos biológicos y todos los ritmos de la naturaleza. Es decir, todo el universo se mueve al ritmo de la música de las esferas y eso hace que esta se refleje en el ser humano. Personalmente, me parece una metáfora preciosa, como el mito de la caverna de Platón. Sin embargo, nuestro querido filósofo, no se quedó ahí, aseguraba que las esferas más cercanas daban tonos graves, mientras que las más alejadas daban tonos agudos, lo que sería un dibujo de un pentagrama cósmico.
Pitágoras también puso los primeros cimientos para construir la escala cromática, es decir, la sucesión de notas divididas en tonos y semitonos que provocan sonidos armónicos, sonidos que "suenan bien al oído". Bajo esta escala está escrita toda la música que ha sido escuchada desde el Medievo hasta nuestros días. Por eso, a pesar de que Pitágoras no logró perfeccionar su teoría porque no tenía medios para probarla, se acercó a nuestro sistema de notación musical. Para Pitágoras los intervalos debían afinarse por quintas, es decir que a cada nota debían separarla cinco tonos (elimina los semitonos), de tal manera que si seguimos esta división se produce lo que se llama la quinta del lobo, o para que lo entendamos mejor, si seguimos esta división de la escala por cinco tonos, llegará un momento en que la sucesión de notas suene como si tocáramos un violín con un estropajo; un horror, un sonido escalofriante (de ahí a que los musicólogos la llamaran quinta del lobo). Es por esto que entre las notas deben existir tanto tonos como semitonos.
Lejos de las consideraciones teóricas que llevó a cabo Pitágoras, la música ha supuesto una de las mayores expresiones artísticas de nuestros sentimientos, en mayor medida que la pintura o la literatura. La música alejaba a los demonios, desterraba los temores existenciales y encerraba todas las emociones que el ser humano era capaz de sentir. La música compone melodías para el amor, la tristeza, la alegría, la paz, la guerra... quizá, dejándonos llevar por postulados pitagóricos se refleje en nosotros el perfecto orden de la música del cosmos, o simplemente sea la necesidad de sentirnos protegidos en todo momento.
Los músicos de todas las épocas lo sabían, y por eso se dejaban inspirar por la mitología, por esos maravillosos relatos que buscaban (nuevamente) interpretar el origen del mundo, que reflejaban los sentimientos y las emociones. Así, termino esta entrada con una de las muchas composiciones que ponen la vista atrás en estas narraciones fantásticas. Os dejo con Claude Debussy, su música impresionista, y la figura de la sirena.
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