Veronica estaba sentada en el parque. Aquella mañana era muy soleada, de las más soleadas que había visto nunca. Lo árboles, frondosos, ponían sus ramas y sus hojas al servicio de los transeúntes que se sentaban a descansar en los bancos. Aún así, los traviesos rayos del sol penetraban entre las hojas intentando burlar la barrera que formaban las ramas de los árboles.
Los pajarillos cantaban hermosas melodías que hacían que los lectores ávidos que, reposaban en el césped, se quedaran dormidos tapando sus caras con las hojas de los libros.
Sí, la paz que se respiraba en aquel lugar era tranquilizadora. Las parejas pasaban cogidas de las manos mientras, de vez en cuando, interrumpían su marcha para abrazarse y besarse... ¿ Verónica había hecho eso alguna vez?...
Algunos corrían al ritmo que la música de su mp3 les marcaba.
El grupo de animadoras del instituto practicaban sus bailes deleitándose con la música de Katy Perry, y sin embargo allí seguía Verónica. Sentada en un banco sola, mientras observaba todo lo que a su al rededor pasaba. Estaba allí desde hacía exactamente... tres horas, y ni siquiera sabía qué la retenía, podía levantarse e irse tranquilamente de aquel parque al que siempre volvía, pero algo le decía que tenía que quedarse.
Desde que era pequeña, siempre, hacía que su madre la llevara al parque, y allí se sentaba, en el mismo banco, a la misma hora, los mismos días del año, todas las semanas y todos los meses. Su madre había intentado todo tipo de estratagemas para que la niña cediera a volver a casa, pero esta se negaba. Alegaba que tenía que esperar a alguien pero no sabía a quién.
Y hoy, dieciséis años después, a sus veintidós años, volvía a estar sentada en aquel banco, sola, esperando algo, a alguien o qué sabía ella. Miles de imágenes que no eran suyas, que estaba segura de no haber vivido, pasaban por su mente sin ningún tipo de control, y volvía el recuerdo de aquella cara...
¿Por qué estaba allí?, quería irse, estaba harta, siempre igual... Sin embargo una fuerza invisible que atravesaba su corazón seguía deteniéndola en aquel parque, donde los gritos de los que allí murieron años atrás sonaban en la cabeza de Verónica como si aún siguieran en aquel mismo lugar...
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