Ayer, en ese nuevo espacio televisivo de Televisión Española (uno de los pocos que verdaderamente merecen la pena), quisieron hacerme un regalito por haber finalizado la selectividad y pusieron Rebelión en las Aulas. Yo, ya había visto esta película más de una vez, ya había visto ese bonito comienzo en el que Lulú nos deleitaba cantando su precioso To Sir With Love, a la vez que Sidney Poitier, en el papel del profesor Mark Thackeray, caminaba alegremente de camino a un instituto sin saber lo que le esperaba.
Pues sí, las cosas de la vida, un hombre que no quería ser profesor sino ingeniero, acaba en un instituto impartiendo clases a unos chavales que tienen el mismo interés por aprender, que un gato por echarse al agua, es decir, ninguno. Ciertamente no sé qué parte de este largometraje me gusta más, no sé qué parte es la más significativa. Tal vez lo más importante sea el hecho de lo que algunas personas están dispuestas a hacer por el bien de los demás, o lo que puedes llegar a conseguir tratando a las personas desde el respeto y el cariño. No lo sé muy bien, sin embargo, ayer veía esta película con mucho interés, y se me plantearon algunas cuestiones.
En más de una escena, alguno de los alumnos y alumnas del profesor Thackeray hace alguna barbaridad actuando con un pasotismo aplastante, y noté que perdía los nervios, porque si alguno llega a ser mi hijo o mi hija iba a llevarse una buena bofetada, es más, si yo hubiera estado en el lugar de Sidney, lo habría hecho. Y, llegados a este punto, es cuando me hice la pregunta del millón, ¿llegaré a ser una buena profesora, o perderé los nervios cuando un alumno actúe como si no fuera una persona? La pegunta que me hice fue tan profunda que, sin querer dejé de prestar atención a la película y regresé al Martes 12 de Junio, 5:00 de la mañana:
No paraba de mirar la lámpara de mi cuarto, di una vuelta y me recosté sobre el lado izquierdo de mi cama, teniendo una vista perfecta del Poster que tengo en la pared sobre la antigua Roma. Lo primero que pensé fue que el busto de Julio César tenía una curiosa entrada producto de su acusada calvicie, y recordé aquello que hemos hablado más de una vez en clase, sobre que el gran estratego, se peinaba siempre echando su pelo para delante y así poder disimularla un poco. No pude evitar soltar una sonrisilla.
Me volví a recostar sobre el lado derecho y pude tener una gran perspectiva sobre mi estantería. Estaban mis libros, mi foto de graduación, mis diccionarios, algunos muñequitos que decoran el mueble... Sí, sin duda una bonita perspectiva... ¡Dios, Perspectiva! Volví a tumbarme mirando hacia el techo y pensé: Por favor que no caiga Ortega en el examen de Selectividad.
Esa era la causa, eso era lo que a las 5:00 de la mañana no me dejaba dormir: La Señora Selectividad. Estaba nerviosa, muy nerviosa, y de repente me encontré hablando conmigo misma: Pero ¿qué te pasa?, ¿por qué estas nerviosa?, ¿has estudiado, no?, venga no pasa nada son solo unos exámenes. Y yo que creía que después de lo de las Olimpiadas no me iba a poner nerviosa... Venga cierra los ojos y a dormir.
No, no sería en aquella noche, cuando cerraba los ojos los diversos temas de las diversas materias colapsaban mi mente repitiéndose una y otra vez. Estaba muy bien eso de que a las 5:00 de la mañana estuviera despierta teniendo una jornada de exámenes que empezaba a las 8:30 de la mañana y no acababa hasta las 14:30.
De una forma u otra, pasó el tiempo y llegó la hora de levantarse. Pero claro, poco después llegó la hora de estar en la universidad haciendo los exámenes, y andando por aquellos pasillos me pregunté:
-¿Qué hago aquí?
-Te presentas a unos exámenes que te garantizarán tu futuro como universitaria -mi mente se tomó el lujo de responder.
Tragué saliva
-Estás asustada, ¿se puede saber por qué estás tan asustada? -preguntó una voz interior.
-Y yo que sé, ¿y si resulta que no estoy hecha para la universidad? Se me antoja demasiado grande. ¿Y si no estoy preparada para estudiar Filología clásica ni ningún otro tipo de Filología? ¿Y si me doy cuenta de que no sirvo para esto?
El día transcurrió con estas preguntas rondando mi cabeza y mi voz interior no se atrevía, o no quería responder.
Si digo la verdad, no volví a prestar atención a estas preguntas, pues ocupé el resto del Martes y todo el Miércoles a estudiar para los últimos exámenes del Jueves: Latín y griego.
El Jueves llegó, ya no me sentía tan nerviosa como el Martes. Mi yo interior repasaba mentalmente los temas de literatura latina, preparándose para el examen de latín, el primero de la jornada. Puse en práctica aquello que mi profesor me había dicho unos días antes: Recuerda tres frases y sobre eso se puede hacer un examen como me pasó a mi con mis exámenes de filosofía, el día de selectividad. Y eso hice, resumí los temas en tres frases, los esquematicé en mi mente.
Entramos en la clase, me senté, miré a Rocío sentada a mi derecha, y miré a Carmen sentada a mi izquierda. Empezaba el examen. Comencé a resolver el ejercicio de traducción, bien, bien... vamos bien... bien... No, la última frase... tenía que formarse un atasco en la última frase. Empecé a analizar: Verbo, nominativo, acusativo, ablativo... ¿pero si son ablativos, por qué solo me sale la traducción como si fueran genitivos? Mi voz interior habló:
-Venga, déjalo, pasa a la siguiente pregunta, total es solo una frase. Déjalo así mismo.
-Noooooooooo, hay que hacerlo bien, yo sé lo que quiere decir, solo le tengo que buscar el sentido. Mira, si conseguí traducir (después de miles de hecatombes) aquella última frase de Salustio medio decentemente, esta de César no se me va a resistir, así que silencio, y déjame trabajar.
Conseguí poner algo con sentido, se acercaba apróximadamente a lo que quería decir. Hice la sintaxis, la etimología y por fin la literatura. Comencé hablando de la historia de la Oratoria, y sobre eso desarrollé el tema. Lo que voy a narrar a continuación, o mejor dicho, las sensaciones que experimenté en el examen de latín y que voy a intentar poner por escrito son totalmente ciertas, tan ciertas que pongo la mano en el fuego si es preciso.
Desarrollando el tema de literatura, me sentí muy bien, muy cómoda, las ideas se venían a mi mente, pude casi visualizar un foro romano, en el que Catón y Escipión exponían sus preocupaciones sobre los valores romanos, Galba teatralizaba el asunto, mientras que los hermanos Graco defendían a capa y espada las opiniones del pueblo. Pude visualizar la necesidad que tenía el pueblo romano por escuchar a sus gobernantes cuando la República estaba emitiendo su último canto de cisne, vi a Cicerón con cara de pocos amigos intuyendo las visiones imperialistas que se concentraban en César, e incluso pude ver como la muerte a manos de unos mercenarios lo pillaba por sorpresa... no fue menos la visión de Quintiliano intentado que la retórica volviera a ser del pueblo y no se concentrara en las escuelas. No sé cómo explicar lo bien que me sentía haciendo el examen de latín, me gustaba desarrollar la literatura, me gustaba romperme la cabeza intentando que la frase de los doce y dieciocho pies de altura tuvieran algún sentido. Pero... esa sensación ya la experimenté antes, sí, en las olimpiadas, entré como un flan (como un verdadero flan) a la clase, y en cuanto tuve la hoja del examen delante, misteriosamente, desaparecieron todos mis nervios. Quizá no era el mejor examen que había hecho, pero me metí tanto en la traducción, en la literatura y en la etimología, que me daban exactamente igual los resultados, salí contenta, sonriendo, con un borrador en sucio de lo que había hecho para enseñarle a mi profesor la traducción, y aunque me dijo que había varios fallos y que no era exactamente así (palabras amables para no decirme que me había hecho un auténtico lío) no me supuso ningún problema, yo seguía tan feliz, la experiencia era lo que contaba, y puedo asegurar que fue realmente maravillosa.
Salí del examen, y como no podía esperar, como yo quería saber si lo había hecho bien, aproveché y le pregunté a un profesor que conocía, las dudas. No fue una respuesta mala, todo lo contrario. Me reuní con mis compañeros y fuimos a desayunar. Mi voz interior volvió a hablar:
-¿Has visto eso?
-El qué -respondí.
-Tu reacción en el examen.
-No.
-Pues deberías haberlo notado, ¿qué digo?, lo has notado, pero tienes que recordarlo. Fíjate después en el examen de griego.
Mis compañeros y yo nos pusimos a repasar mientras esperábamos a que empezara el examen. Y empezó. Esta vez puse más atención, y... me volvió a pasar, me trasladé a Grecia, fui partícipe de los conflictos entre la aristocracia, vi a Solón procurando que la hibrys no se apoderara del ser humano. Vi a Teognis, siempre desconfiado, defendiendo a su clase social. Pude sentir la ira de Arquíloco lanzando palabras punzantes a Licambes por haberle negado la mano de su hija en matrimonio. Puede casi ''tocar'' los versos de Safo y sentirme como ella al sentir el amor de aquella manera tan especial. Incluso, a pesar de que no nos llevamos demasiado bien, me gustó exponer el don divino de Píndaro, creo que hasta hicimos las paces.
Cuando llegué a mi casa, venía muy cansada, me puse a mirar el examen de griego y presté atención a la Antonlogía, y sentí unas ganas irrefrenables de saber lo que podía, cogí el diccionario (que aún seguía en mi bolso) y me puse a traducir. Cuando terminé mi voz interior dijo:
-¡Ves! lo has vuelto a hacer. ¿No lo has visto? Dios, no has podido ni siquiera comer, y después ponerte a traducirlo, has tenido que hacerlo ahora. ¿Y de verdad tienes dudas y miedo?
Entonces pensé, tenía miedo a estar en un lugar nuevo, quizá podía tener miedo al fracaso y al no saber cómo enfrentar la universidad, cómo comportarme, cómo moverme... pero no podía tener miedo a hacer lo que me gustaba, no, y jamás había sentido miedo al hacer lo que me gusta, simplemente, me había asustado lo demás, lo que es imposible es que, en cierta manera, no te afecte. Tuve miedo en las Olimpiadas, sí, pero por pensar que no estaba preparada para enfrentarme a eso, o por sentir que todo lo que había hecho hasta aquel momento no había valido la pena, sin embargo, tengo que reconocer, que el observar que podía reconocer una oración de relativo, o una de infinitivo... me confirmó a mi misma que todo había servido y de mucho.
Así que mi voz interior y yo conseguimos dar respuestas a unas preguntas:
¿Qué hago aquí? Aprobar la Selectividad para poder ir a la universidad.
¿y si resulta que no estoy hecha para la universidad? Sí lo estoy, todo el que quiere lo está.
¿Y si no estoy preparada para estudiar Filología clásica ni ningún otro tipo de Filología? Pues mira, soy una loca, apasionada, friki, enamorada, amante... y todo aquello que se quiera decir de las palabras, y me gustan más los libros que... bueno, lo voy a decir, me gustan más los libros que escuchar a Shakira, mi cantante favorita.
¿Y si me doy cuenta de que no sirvo para esto? Todo el mundo sirve para hacer lo que le gusta, si pone empeño y tesón en ello, la frustración es fruto del miedo (Vale, no es mío, lo aprendí leyendo un libro de Jorge Bucay, pero lo importante es que queda aprendido)
Sí, estaba deseando ir a la universidad, a pesar de los cambios que eso pueda conllevar, para aprender y convertirme en una buena filóloga clásica.
Volví a la película, Sidney, ya se había ganado el cariño de sus alumnos (¿tanto tiempo he estado pensando?). Y llegó la escena final, aquella en la que los chicos le dan un maravilloso regalo a su profesor y todo el mundo llora. Y como todo el mundo llora, pues yo lloré también. Pero yo no lloraba por la película en sí. Aquella escena me hizo recordar de nuevo, y me trasladé al Viernes 1 Junio, aproximadamente a las 20:00, se estaba celebrando la graduación de 2º de Bachillerato, y mientras todos se encontraban en el patio tomando unos aperitivos y charlando, mis compañeros y yo estábamos en el Departamento de latín y griego con nuestro profesor, dándole una sorpresa. Precisamente no le cantamos una canción como en la película, pero le estábamos leyendo la introducción de un relato, el relato ''instantáneo'' como yo lo llamo, porque tuvo que ser escrito en dos días y una tarde. Todos y todas estábamos muy emocionados y yo, como no, estaba llorando como una Magdalena. No me quería ir del instituto, no me quería despedir de mi profesor, no quería pensar que a lo mejor no volvería a ver a algunos de mis compañeros... Y anoche, viendo Rebelión en las aulas, seguía, y sigo, sin querer irme del instituto, sin querer despedirme de mi profesor, y sin querer pensar que a lo mejor no volvería a ver a algunos de mis compañeros.
Pero son cosas que tienen que pasar, la vida sigue, y como ya se decía, hay que seguir desembarcando en las diversas Ítacas que están en nuestro camino. Afortunadamente sé que algunas personas, me seguirán acompañando de una manera u otra.
Entonces, sin querer, pensando en el mucho cariño que se le puede llegar a tomar a un profesor, respondí a mi última pregunta:
¿Llegaré a ser una buena profesora, o perderé los nervios cuando un alumno actúe como si no fuera una persona?
La verdadera esencia de un profesor o profesora reside, a mi entender, en la capacidad que tenga para hacer que sus alumnos aprendan algo, algo de la vida, algo de cómo saber comportarse, o algo de cultura... o lo que sea. El cariño que se le puede llegar a tomar a un profesor o profesora es inmenso, a más de uno o una se le considera como si fueran nuestros padres o nuestras madres, y creo que a ellos y ellas les pasa lo mismo, ya lo decía Quintiliano:
Sumat igitur ante
omnia parentis erga discipulos suos animum: “Antes que nada, el
maestro debe asumir los sentimientos de un padre o de una madre hacia
sus alumnos”.
Es verdaderamente algo normal, si quieres enseñar a alguien, qué mejor forma que hacerlo desde el cariño, intentar educarlo como lo harías con tu propio hijo. Por eso me parece oportuno pensar que los profesores no deben desistir en esta tarea, las cosas se ponen difíciles y cada vez más, no me quiero ni imaginar lo frustante que tiene que ser intentar enseñar algo y sentir que se le está hablando a una pared, sin embargo, no es así, todos los alumnos y alumnas aprenden de sus profesores, en mayor o menor media, pero aprenden.
El pensar que puedo contribuir a que esta sociedad mejore de alguna manera, enseñando las sabias palabras de nuestros antepasado y haciendo, seguramente, acopio de fuerzas para no decaer, me hizo caer en la cuenta de que esa era la razón por la que siempre he querido ser profesora, el poder intentar hacer que una persona piense por si misma, el hacer que todos nos entendamos utilizando las palabras (que como yo siempre, siempre, siempre digo, ¡Bendito instrumento del ser humano!) sin necesidad de tomar un arma (que como decía Lorca: ''tan pequeña y corta el cuerpo de un hombre que es un toro'') y cortar las alas de otras personas.
Somo seres humanos y nos identifica la racionalidad y el habla, motivo de sobra para intentar, desde el cariño de un maestro, que lleguemos a entendernos entre todos, y utilizando las palabras, precisamente, de un Maestro:
''Maestros y alumnos,
oficios muy peculiares, más bien, sellos de por vida, que se solapan
a veces y siempre se complementan, porque, al fin y al cabo, “los
seres humanos, mientras enseñan, aprenden”, en la sabia sentencia
de nuestro Séneca (Cartas morales a Lucilio VII 8).''
Aquí lo dejo, con la promesa de que intentaré ser una buena profesora, como mejor pueda, y que ahora, en esta nueva etapa que comienza me formaré, para, precisamente, lograr dejar de ser un Proyecto de Filóloga Clásica.
The time has come
for closing books and long last looks must end
and as i leave i know that i am leaving my best friend
a friend who taught me right from wrong
and weak from strong that's a lot to learn
what can i give you in return
if you wanted the moon
i would try to make a start but i
would rather you let give my heart
to sir with love
for closing books and long last looks must end
and as i leave i know that i am leaving my best friend
a friend who taught me right from wrong
and weak from strong that's a lot to learn
what can i give you in return
if you wanted the moon
i would try to make a start but i
would rather you let give my heart
to sir with love
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