Miró sus
manos, ¡qué cansadas estaban ya de trabajar! Si lo pensaba bien,
había hecho grandes cosas en la vida. Cuando gozó de la cálida
primavera que derrochaba la juventud, recordaba los largos paseos que
daba con su padre por los campos de su ciudad. Siempre miraba con
gran pasión cómo se llevaba a cabo la vendimia, ¡cuánto le
gustaba el aroma del Jerez al pasar por la bodega! Con el tiempo se
dio cuenta de que él quería ser como Gepetto
y construir su propio pinocho con el que dejaría volar su
imaginación hacia límites insospechados. Luego estaba el milagro de
ser padre, ¡qué feliz había sido! Sin embargo ahora, en las
últimas nieves de su senectud se preguntaba por qué sus pequeños
tesoros, que habían sido escondidos en la caja fuerte de su mente,
olvidaban hasta su propia combinación. Observaba su estudio mientras
pensaba que dentro de algún tiempo, no sería capaz de reconocerlo.
A pesar de todo no sentía miedo, porque en todos aquellos muñecos
que talló con el amor más profundo, había dejado escondido un
pequeño trozo de su alma. Regresaría al pasado en busca de su nunca
jamás...
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