Y si los sentidos nos ofrecen una armonía sin fin de sensaciones, es el corazón el que lleva la sinfonía, el que dirige el concierto cuan Beethoven impetuoso. Puede que a veces incluso presuma de sordera, pero la melodía no solo es hermosa, sino también infinita.
El amor nos hace llegar hasta límites insospechados de felicidad, de filantropía, de alegría. Todo se vuelve lleno de un hálito de vida y sin darnos cuenta, nos volvemos un poco más soñadores, un poco más humanos... Y aunque otras voces se vean con la autoridad suficiente como para intentar callar esa sonata interminable de deseos y pasiones, de duermevelas cálidos, nadie puede hablar más alto que el amor. Porque el corazón no habla, susurra, galopa y camina... y a veces los susurros pueden tener más potencia que los gritos, porque la palabra, es como la piel de una mujer, suave y lisa, con cuanta más dulzura se acaricie, más profunda se hace. La palabra cuanto menos se declame, más fuerza tiene. Miguel Hernández, como otros muchos poetas, lo sabía y ni siquiera los barrotes que encarcelaron su libertad silenciaron sus susurros. Su corazón siguió galopando como el caballo de Alberti sobre la tierra mojada del mar. Y no dejó de amar, porque cuando se deja de amar, de cualquier forma, a un amigo, a un hermano, a una pareja, a una madre... cuando se deja de amar, el corazón enmudece y llora por no dejar de latir.
Al final siempre volvemos al mismo punto... el corazón se convierte en literatura, y como el corazón bombea nuestra sangre, viene el círculo vicioso, se convierte en música, se recita, se susurra, se expande: Se hace... VIDA
Te me mueres de casta y de sencilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario