En cada fragmento, en cada rincón de una obra, su autor o autora deja una porción de su alma hasta que se convierte en esencia, no solo de su vida, sino de la historia; de esa vida universal de la que todos formamos parte. Un poema es amor, es pasión, es guerra, es paz, es tristeza, es duermevela, es plenitud, es decadencia, es juventud y senectud... es al fin y al cabo vida, aire, latido, sangre y aliento... Y a veces sentimos la necesidad de dejar en él algo de nuestra parte. Algunos lo recitan en voz alta para impregnar con su sonido cada palabra, otros dibujan lo que su mente ha imaginado al leerlo, a veces podemos lanzarnos a escribir algunos versos, otros le dan cadencia, armonía y música.
Finalmente acaba convirtiéndose en fuerza, palabra, verso, sonido, voz, melodía pero jamás deja de ser vida. Pues la palabra es a nuestro corazón como el agua a una semilla:
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