Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando
-Paulho Coelho-

martes, 23 de agosto de 2011

Matilda, Palabras y Mis intentos frustrados de mover cosas con la vista

No hace mucho tiempo, decidí que quería estudiar el mecanismo más elemental que tiene el ser humano. Ese que nos acompaña desde tiempos antiguos, el que nos ayuda a expresarnos y a comprendernos mejor: Las Palabras. 
Desde muy pequeña siento fascinación por los libros. Recuerdo como mi madre se sentaba a mi lado en la cama por las noches y me leía un cuento, el que yo quería, el que más me gustaba. 
Según me cuentan, no toleraba que mi padre hiciera este trabajo. Al parecer prefería que fuera mi madre la que compartiera esos minutos de lectura a mi lado. Más tarde sí decidí que mi padre participara. Supongo que serán manías infantiles, pero el caso es que, mis padre siempre me han animado a leer. Yo los escuchaba atenta mientras ellos me leían cuentos que a mí se me antojaban maravillosos, sería después cuando yo empezara a leer por mi misma, sola, y en compañía de mi imaginación. 
El primer libro que leí yo sola, fue: La jirafa de otoño. ¿Quién lo puso en mis manos?, un Magister de los de verdad, una persona verdaderamente maravillosa, que al ver, el poco interés por la lectura que mostraban unos niños de siete años, se le ocurrió la idea de formar un grupo de lectura que se llamó: Los Leones y las Leonas de Primero de Primaria. Lo hizo de tal forma, que fue un auténtico juego para nosotros y nosotras. Nos leíamos un libro, nos sentábamos en la clase formando un corro, y nos lo contábamos. Al final del trimestre, el que más libros había leído se llevaba un premio: Un libro de la biblioteca que teníamos en la clase. 
Más tarde, observando el interés y el amor con el que se posaba un libro en mis manos, y el festín que se daban mis ojos devorándolos, mi padre decidió que era hora de llevarme a la biblioteca municipal. Cuando entré allí, mi cara fue un poema, y mi padre reía divertido. No paraba de observar los libros, me parecía mentira ver tantos libros apilados en las estanterías. Mi padre rellenó el carnet y cuando lo tuve en mis manos, jejejejeje, me dispuse a hacer de las mías. Así que decidí saquear la biblioteca, a lo que mi padre, viendo la pila de libros que traía en mis pequeños brazos, dijo que no. Recuerdo sus palabras como si fuera ayer:


-¿A dónde vas? 
-A casa con los libros -respondí.
-No puedes llevarte tantos libros -dijo con determinación.
-¿Pero por qué? -pregunté.
-Por varias razones. La primera es que no puedes leerte tantos libros a la vez, la segunda es que los libros van a estar siempre ahí, y la tercera es que no van a cerrar la biblioteca y podrás venir siempre que quieras a por más libros. Cuando te acabes los que ya has cogido por supuesto. 


Mi primera reacción fue fruncir el ceño, pero después lo comprendí y solté todos los libros. Podía coger dos libros como máximo, así que me decidí por uno de un gato, y el segundo fue el libro más fascinante de la historia, el que me sé de memoria, el que me volvería a leer aunque tuviera ochenta años: Matilda, de Roald Dahl. Aquel libro fue el culpable de que me pasara horas y horas, sentada en la silla de mi habitación, intentando mover la cuchara del yogur con la vista. Pero, para mi desencanto, nunca se movía, ni un centímetro. ¿Por qué yo no podía mover las cosas como lo hacía Matilda? Pero no, yo no me rendía, seguía entre cerrando los ojos, arrugando la nariz con todas mis fuerzas y... No pasaba nada. Viendo mi fracaso decidí dejarlo por imposible.
Me maravillaba el personaje de Matilda, yo también quería llegar a leerme tantos libros como ella, yo también odiaba a la señorita Trunchbull, yo también quería que la señorita Jennifer Honey fuera feliz junto a Matilda, y yo tampoco entendía por qué los papás de Matilda no la querían. 
El caso es que, después de Matilda, vinieron muchos libros más. Mi género favorito era (y es) la fantasía, de hecho, dicen que los niños que leen libros de fantasía, desarrollan más la mente. Ya que se tienen que imaginar un mundo que no existe, tienen que visualizar en su mente algo que no han visto nunca. No sé si eso será verdad o no, pero a decir verdad, no me cuesta visualizar sitios imaginarios, si lo confieso, siempre he creído que existen. 
Con el tiempo, me dí cuenta de que yo podía fabricar mis propias historias, que podía unir las palabras y escribir lo que quisiera. Y así empecé a escribir, fue cuando decidí que estudiaría para ser profesora de lengua, o lo que es lo mismo, estudiaría Filología Hispánica. Así me documentaría y aprendería sobre literatura, descubriría la historia, las diferentes etapas históricas que tuvieron que pasar para que la literatura evolucionara... Pero más tarde, mucho más tarde, me dí cuenta, ¿Por qué conformarme sólo con la historia, si puedo estudiar las palabras, nuestros orígenes, la etimología...? Y así es como ahora, a mis diecisiete años, tengo muy clarito lo que quiero hacer, lo que quiero estudiar, a lo que me quiero dedicar.  
Sin embargo, decir esto, no era el fin de esta entrada. Todo este repaso por mi infancia sólo era la introducción, para situarme. El verdadero fin de ésto, es una indignación. Cada vez que me hacen la preguntita (a la que voy a empezar a coger manía como sigan diciéndome lo mismo) de ¿Qué vas a estudiar cuando vayas a la universidad? Yo siempre respondo: Filología Clásica, bueno, en realidad, es un grado doble de clásicas con hispánicas, pero vamos, que más encaminado a lo primero que a lo segundo. Mi familia, y amigos, siempre me dicen: Pues muy bien, tú tienes que hacer lo que te gusta, y si es eso, pues adelante. El problema es, cuando los que preguntan, y a los que les contesto, son amigos de mis padres o conocidos, que siempre responden: Pues eso no tiene muchas salidas. Yo creo que vas a hacer cuatro años de carrera para nada. Lo estudios clásicos van a desaparecer, no te va a servir de nada. No hagas eso porque te vas a equivocar y verás después... Aquí es cuando a mí me gustaría decir un par de cosas bien dichas, pero como mi padre me conoce, siempre me mira y pone cara de: No le contestes, no merece la pena, tú vas a seguir haciéndolo, no le hagas caso. 
Entonces me trago mis palabras, y se me hace un nudo en el estómago. ¿Por qué los demás siempre intentan desanimarte de hacer lo que quieres?, ¿Por qué si sigo hablando con esa persona, me acabo dando cuenta de que lo que le importa de todo esto, es que haga una carrera con la que poder forrarme? Lo siento, pero me indigna mucho tener estás conversaciones, y no me ha pasado una ni dos veces, me ha sucedido unas cuantas. 
Pero bueno, en vista de que, haga lo que haga, no voy a convencer a nadie de lo contrario, he decidido unas cosas: 
1. Si me equivoco, me equivocaré muy gustosamente. Pero dejen que me equivoque.  
2. Si no les gusta la idea, no pregunten.
3. Yo seguiré en mis trece, y digan lo que digan los demás (valga la canción de Rafael) yo seguiré queriendo, deseando, y esperando para entrar en la universidad y ponerme manos a la obra. 
4. Y seguiré poniendo buena cara y una bonita sonrisa al que me pregunte, y como dicen los americanos con todo el orgullo del mundo: Sí, soy Americano (y eso mola), yo diré: Sí, voy a estudiar filología clásica (y eso mola) 
El por qué decidí estudiar esta carrera, lo he dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo. Estudio esta carrera porque me gusta, siento que quiero descubrir todo lo que ha rodeado a nuestros antepasados y nos ha influido a lo lardo de toda la historia. Quiero mirar una palabra, y desmontarla poco a poco para descubrir sus orígenes. Conforme lo voy descubriendo más maravilloso me parece, más emocionante lo veo, más curiosa me siento por descubrir (a pesar de que la curiosidad mata al gato, pero a mi me enriquece)... Me encanta, y pienso que es la carrera más bonita que puedo estudiar. 
¿Saben esa sensación de emoción en el estómago cuando vas a abrir un regalo de reyes y somos pequeñitos?, pues exactamente, lo mismo siento yo cuando descubro algo nuevo, cuando soy capaz, por mi misma, de ver una etimología. Cuando, después de muchos textos, soy capaz de traducir un texto en latín o en griego sin problemas. Cuando soy capaz de reconocer un aoristo, o de recordar las declinaciones completas... Y sí también lloro cuando hago un examen, y después de haberme hartado de traducir en mi casa, voy y lo hago regular cuando podía haberme salido muy bien. O confundo un genitivo con un dativo... Pero bueno, eso ya es problema mío. Llorar por los exámenes es algo que intento reprimir, pero debido a mi objetivo de superación, me afloran las lágrimas. A veces me da vergüenza que mis amigas me tengan que consolar por estas cosas, y me siento fatal por llorar con una pequeñez como esa habiendo doscientos mil problemas más graves en el mundo, pero no lo puedo evitar.
Lo dicho, seguiré con mi gran locura de estudiar filología clásica. Y seguiré con mi ansia devoradora de libros:
''Hay que reivindicar el valor de la palabra, poderosa herramienta que puede cambiar nuestro mundo''
William Golding

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