Y allí quedó, perplejo ante lo que sus manos habían sido capaz de crear, una belleza extraordinaria, dulce. El mármol le confería un aspecto del blanco más pulcro, el rostro era perfecto, el estudio de la luz, magnifico. La tesitura era apasionante, ¡Dios!, aquello no parecía mármol , era piel, una piel suave que dibujaba aquel perfecto cuerpo desnudo. La intensidad de la mirada, los labios tan carnosos que hacían que el frío material pareciera cálido, e invitaba a gozarlos en un deseado beso. ¿Por qué era tan bella? ¿Por qué había tenido que inspirarla en ella?, ¿Por qué todo los gestos, que había sido capaz de dibujar en un bloque de mármol, la dibujaban a ella?... Se le estaba jugando una mala pasada, odiaba el don que tenía en sus manos, amaba a quien no debía amar, y la había hecho parte de una composición tal real que se culpaba a sí mismo por sentir amor. Pero ¿a caso se podía luchar contra el amor?
Era bella, había captado la belleza de ella, una belleza que jamás se escaparía porque el mármol no envejece, al igual que su amor que ya jamás lograría desaparecer de su corazón:
''Quien, amante, persigue los placeres de la belleza fugaz, llena sus manos de hojarasca o bien recoge los frutos amargos''.
Urbano VIII
No hay comentarios:
Publicar un comentario