Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando
-Paulho Coelho-

lunes, 3 de junio de 2013

Mi vida entre libros...

Pues fue precisamente entre libros dónde encontré este maravilloso regalo de la poesía: El Jardín de las Hespérides. Como buena filóloga clásica, lo primero que me llamó la atención fue ese título tan mitológico, "hercueliano" y después el nombre de su autora; Encarna Pisonero.
Así que viendo el pequeño tesoro que había encontrado me lo traje a casa, lo "adopté" y, tras leerlo, le he dado un sitio privilegiado en mi estantería.
El libro es una maravilla, antiguo, con la portada, contraportada y páginas del interior amarillentas del uso y su avanzada edad. Es una edición de junio de 1984 con prólogo de Octavio Uña (al parecer un profesor de la Universidad Complutense de Madrid) y lo pública la editorial Torremozas (Madrid)
Después de estos datos técnicos, que no son del todo importantes, vamos a lo que verdaderamente le otorga una valía maravillosa y lo que a mí, bajo mi punto de vista, más me ha llamado la atención. Está compuesto por una serie de poemas dedicados, como es lógico, a la mitología y al mundo clásico, desde hermosos versos dedicados a Safo o Hipatia, hasta la figura de Penélope, Narciso o Aracne. Recomiendo encarecidamente su lectura, ya digo, que hablo desde mi punto de vista, aunque no son
versos que tengan una rima muy pegadiza e incluso sensual como un poema de Gustavo Adolfo Bécquer, son igual de hermosos. Sin duda alguna, una auténtica exquisitez para las tardes de tedio veraniego, y si no me creéis, comprobadlo vosotros mismos...


Tempus edax rerum

¿Acaso fue Saturno
el artesano de pies volantes y guadaña en la mano
quien te envió con el ceño fruncido
y el haz decrépito a sembrar destrucción?

Tiempo, inflexible,
arrebatando y rompiendo
te llevas lo mejor de todo cuanto existe.
Del hombre lo bello borras a tu paso
y ardor, vitalidad,
se van como los sueños.
Veloz pasa la arena
del tronco a mi vientre
y sabor a mar de mis párpados brota
sin consuelo.

Cómo esperar piedad
si de tus entrañas el fruto
devoras insaciable.


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