Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando
-Paulho Coelho-

lunes, 10 de octubre de 2011

Entre versos, sonetos y rimas de una canción de amor

La chica terminó de leer el poema, y cerró el libro enérgicamente, como si hubiera tenido una inspiración repentina, como si todo se redujera a lo que se le había pasado por la cabeza, mientras leía aquel poema. De repente sus piernas reprodujeron el impulso nervioso cuya orden no había sido designada por el cerebro, sino por su corazón. Su cerebro no tuvo tiempo para pensar, ahora no mandaba la razón, los sentidos llevaban el mando, y todo el mundo lógico se redujo a una mera observación empírica. Pero eso daba igual, su corazón había reemplazado a su cerebro y eso era lo más importante en aquel instante. Como llevada por una corriente tormentosa, llegó hacia el teléfono, lo descolgó, y marcó un número que sus dedos reconocían perfectamente, no dudo, sabía que ese era el número. El teléfono comenzó a dar señal y ella contuvo el aliento, respiraba con dificultad, teniendo miedo a que la señal fuera eterna y ninguna voz sonara más allá del teléfono.

La voz del contestador fue la única respuesta:

-Hola soy yo, ahora mismo no te puedo atender, deja tu mensaje y te llamaré en cuanto tenga tiempo. Muchas gracias, adiós...- la voz del chico era tal y como la recordaba.
-Ho...hola, soy yo, te llamaba para saber como estás... Estaba leyendo un poema, nuestro poema -hizo una pausa- y no pude evitar acordarme de ti, pero supongo que estás muy ocupado, así que te dejo. No hace falta que me llames si no quieres, sé que estás muy liado. Un beso, Te... 

Pero el tiempo del mensaje terminó antes de que ella pudiera acabar la frase. En ese momento maldijo el tiempo limitado de los mensajes en el contestador, pero se dio cuenta de que todo había cambiado, pero ella no sabía cuándo ni cómo. Ya nada era igual, y apenas se había percatado. 

El teléfono sonó por primera vez. Quiso que fuera él, pero era una posibilidad muy remota, tan remota que era casi imposible. Fue esa la razón por la que descolgó el teléfono sin mirar el número que aparecía en pantalla:

-Sí, ¿ dígame? -dijo de una forma automática.
-Dímelo tú, me acabas de llamar

Sintió una sensación de alegría tan indescriptible por toda la columna vertebral, que hasta sus labios se tornaron en una media sonrisa, una sonrisa arcaica sin premeditar. 

-Co... cómo estás -logró decir.
-Muy bien, pero te echo de menos.
-Y yo a ti... Creí que... ya nada era igual.  
-Tonterías que te montas en la cabeza, sigue todo igual que siempre. ¿Cómo puedes seguir pensando que va a cambiar?
-Porque soy estúpida.
-Yo también leo nuestro poema, es una formula para no extrañarte tanto. 
-Es el remedio para acortar la distancia y sentir que estamos cerca el uno del otro.

Se hizo el silencio.

-Prométeme una cosa -dijo el chico- que no vas a pensar que puedo olvidarte tan fácilmente.
Ella sonrió
-Lo prometo.
-Porque... ¿recuerdas nuestra promesa verdad?
-Sí
-Viviremos siempre juntos, amándonos y deseándonos entre versos, sonetos y rimas de una canción de amor

Ambas voces se unieron, para fundirse en una sola, y el amor denotó pasión, y el deseo se hizo el rey del ambiente, y la distancia se hizo un hilo que las tres parcas cortaron para que su existencia fueran solo un mero trámite geográfico.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario