Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando
-Paulho Coelho-

jueves, 10 de marzo de 2011

Y Quevedo cambió el soneto

A pesar de que todos conocemos aquel hermoso soneto de Garcilaso de la Vega A Dafne ya los brazos le crecían y se nos antoja de una belleza única, parece ser que hubo un personaje que no estaba de acuerdo con esta connotación y ni mucho menos le pareció hermoso. Puede que por desprecio hacia el poema o puede que por desamor. Me inclinó más por el desamor, le hicieron daño, era una simple forma de vengarse... ¿Quien no ha hecho alguna tontería por despecho?... el caso es que de ser un soneto hermoso, lo transformó en otro soneto, de burla, despecho y con cierto contenido sexual. Pero lejos de criticar al poeta, quiero ensalzar su figura, pues opino que para cambiar un soneto tan bello y transformarlo en una burda creación hay que tener un cierto don. Y era de esperar que alguien con una mente tan privilegiada, un poeta de gran renombre como Quevedo, que marcó la poesía española del Siglo de Oro, y que fue capaz de inventar una figura retórica (Calambur) hiciera una obra de tal magnitud. Pues bien, para desgracia del señor Garcilaso de la Vega su soneto se convirtió en objeto de burla para un poeta que se divertía con tales insignias... Lo siento Garcilaso, Quevedo... Cambió el soneto:


A Dafne huyendo de Apolo

"Tras vos, un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del Sol y de la luz huyendo.

Él os quiere gozar, a lo que entiendo,
si os coge en esta selva tosca y ruda:
su aljaba suena, está su bolsa muda;
el perro, pues no ladra, está muriendo.

Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
cargado de bochornos y cometas."

Esto la dije; y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras.


A Dafne ya los brazos le crecían

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían. 

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían. 

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba. 

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

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